Sé sincera, ¿cuántas veces, sin importar cuál fuera la situación previa en la que te encontrabas, de repente has conocido a alguien y todo se ha vuelto fantástico y maravilloso? Los colores son más vivos, tienes una historia que contar y alguien en quien pensar cada noche cuando te vas a dormir. De golpe, tu vida es genial, vomitas arcoiris, y todas tus preocupaciones se han convertido en menudeces.
Y aunque no pretendo quitarle mérito a esa personita aparentemente brillante que ha aparecido en tu vida de forma tan casual que parece que sea por razones cósmicas y porque Neptuno se ha alineado con Saturno, lo cierto es que ya no piensas en tus necesidades, en lo que te preocupa, en tu pasado… Esas cosas sobre las que habías estado reflexionando se quedan atrás porque tienes algo nuevo sobre lo que pensar. Sin darte cuenta, empiezas a pasar un montón de tiempo con ese alguien especial (probablemente demasiado), descuidas a tus amigos y, lo peor de todo, te descuidas a ti.
Y cuando la vomitona de arcoiris del principio termina, te das cuenta de que tus problemas siguen exactamente donde los dejaste; pero tú no entiendes cómo no eres feliz si ya tienes lo que todas las comedias románticas te han dicho que necesitas: una relación.
Entonces, ¿cómo saber si es algo real o una mera distracción de nuestro propio drama personal? ¿Cómo distinguir entre la necesidad de cariño y validación con lo que los románticos como yo llamaríamos amor? Hoy te cuento mis reflexiones sobre cómo las relaciones pueden ser una válvula de escape de nuestros problemas y cómo evitarlo para ser más felices con nosotras mismas y con nuestras parejas.