Ya llevo más de 15 días en el Camino y estoy aprendiendo mucho de mí misma. Pero no lo suficiente.
Porque nunca lo es.
De alguna forma, hagamos lo que hagamos nos las apañamos para ser los jueces más severos de nuestra propia vida y nos olvidamos de tener la paciencia y amabilidad suficientes para darnos apoyo cuando más lo necesitamos.
Nos han enseñado que hay una fórmula para la felicidad desde que somos pequeñas, y cuando lo conseguimos y nos damos cuenta de que no es suficiente y de que no somos tan felices como se suponía, llegamos a la obvia conclusión de que el fallo somos nosotras.
Pero, ¿y si encontráramos la manera? ¿Y si nos diéramos cuenta de que ser perfectas y hacerlo absolutamente todo bien es físicamente imposible? ¿Y si cuestionamos todo aquello que nos han contado sobre cómo ser feliz y creamos nuestra propia fórmula?
Si lo intentamos, quizás podamos.
El perfeccionismo es un mecanismo de defensa. Es nuestra manera de intentar controlar todo cuanto nos rodea para prevenir cualquier imprevisto posible, de modo que nos preparamos para el apocalipsis y vivimos esperando a que llegue.
Porque seamos sinceras, nos pasamos un montón de tiempo intentando imaginar cada posible escenario de las cosas saliendo mal para “prepararnos para el desastre”, entonces el desastre llega y… estamos igual que estaríamos de cualquier otra forma. En cualquier caso, nos jode más porque “ya lo veíamos venir”.
Pero la historia no acaba ahí, por supuesto. En nuestra cabeza todo continúa por buscar culpables, porque intentamos encontrar un equilibrio y una motivación en que las cosas sucedan como lo hacen, y obviamente la respuesta siempre es la misma:
Si YO hubiera hecho esto…
YO tendría que haber pensado esto y hacer aquello…
Quizás había algo que YO podría haber hecho diferente…
Y un larguísimo etcétera generalmente autodestructivo.
En mi #Reto620 ya he caminado cerca de 440 kilómetros, voy muy adelantada en este punto para llegar a Santiago a tiempo, y me he encontrado a mí misma recriminándome los días que camino “poco”.
Te has cansado muy rápido, ¿qué diablos te pasa?
Pf… 20 kilómetros… eso no es NADA.
¿A este paso pretendes llegar a dónde? ¿Santiago? ¡Mueve el culo o te quedas en tierra!
Y así constantemente, aún sabiendo que por norma general camino 26-30 kilómetros y puedo reponer los kilómetros que me faltan en un par de días. Total, un dolor de cabeza innecesario.
Intentar ser perfecta me llevó en su día a la bulimia, buscando esa teórica perfección corporal (que era de todo menos perfecta); luego a estudiar en la universidad, buscando contentar a mis padres; y en resumen, a vivir intentando contentar a TODO EL MUNDO, y aunque creía que ya lo había dejado atrás, aquí estaba (yo), atacándome de nuevo.
Entonces me he parado a pensar en cómo le hablaría a una amiga si ella viniera a contarme que se siente así. Igual que tú ahora mismo debes de estar pensando en decirme “lo estás haciendo genial” o “tómatelo con calma y disfruta del camino”, ¿no sería interesante empezar a hablarnos a nosotras mismas de ese modo? ¿Es que no queremos ser nuestras propias amigas? Yo creo que merecemos serlo, al fin y al cabo hemos pasado por innumerables cosas juntas y aquí seguimos, ¿no?
Aprender a ser lo suficientemente valientes para aceptar que podemos y vamos a fallar, que somos imperfectas y que, a fin de cuentas, equivocarse no es para tanto (llevamos haciéndolo toda nuestra vida y aquí no ha muerto nadie) es todo un reto casi constante tras tanto tiempo contándonos la misma historia a nosotras mismas sobre cómo somos las culpables de nuestras desgracias y nunca, NUNCA lo suficientemente buenas como para hacerlo bien desde el principio.
Pero aunque sea difícil y sea una lección que debemos aprender y reaprender en varios ámbitos de nuestra vida (porque que lo sepas llevar en uno no significa que lo sepas en los demás), es una lección que vale la pena que se grave en nuestra mente.
A veces las cosas salen mal. A veces podemos controlarlas y a veces (la mayoría) no. Lo único que nos queda es ser capaces de lidiar con lo que venga con la misma compasión con la que trataríamos a una amiga y perder esa obsesión por ser una versión imposible de nosotras mismas.
Mi consejo es: haz el idiota. Atrévete a hacer cosas que sabes que se te darán mal o que directamente no sepas hacer. Haz el mayor ridículo posible y permite a los demás ver la parte más tonta de ti misma (todas tenemos una).
Piérdele el miedo a que el otro vea tus fallos, porque lejos de juzgarte, las personas a tu alrededor te apreciarán por ello. La autenticidad y naturalidad son unas de las cualidades más sexys que alguien puede tener (hay estudios que lo demuestran).
Recuerda: si no tiene defectos, no existe.
Y tú, amiga mía, eres tan real como la vida misma.
Disfruta de tu imperfección. Y haz mucho el idiota.
David J Garcia dice
Eres un error elegido,
distinta, un fallo,
con tus caras, tus mil taras,
casi perfecta.