Todas hemos llegado a ese punto en nuestra vida en el que nos damos cuenta de que llevamos dos semanas haciendo mil cosas y el tiempo ha pasado sin pena ni gloria.
Te has pasado todos los días de recados, tareas y sin parar ni un solo momento y aun así, se te lo preguntan, no tienes ni idea de lo que has conseguido hacer ni recuerdas por qué diablos lo has hecho, solo sabes que todavía te quedan más cosas en la lista.
Lo peor de todo, es que la última vez que te tomaste un tiempo para ti misma fue hace tanto tiempo que parece que fuera otra persona la que lo vivió.
Pero si todo lo que “tenemos que hacer” y en lo que invertimos nuestro tiempo es para nuestro beneficio, ¿cómo puede ser que terminemos hasta los mismísimos de todo y al borde del colapso?
Pues bien, hoy quiero hablar de los cuatro motivos por los que llegamos a esos puntos extremos y de cómo evitarlo para poder seguir siendo productivas pero sin que nuestra felicidad y salud mental sean el precio a pagar.
Motivo número 1: No estás siendo tan productiva como crees.
La procrastinación, esa gran compañera, en muchas ocasiones nos engaña. Sí, seguimos en un estado constante de estrés, pero ¿realmente estás haciendo todo lo que querías hacer?
Solemos dejar las tareas que menos nos gustan para el final. Y luego para el día siguiente. Y luego han pasado tres semanas y todavía no lo has hecho.
Y mientras tanto, además de intentar hacer todas las cosas más fáciles con tal de retrasar esta, te pasas ratos mirando a la nada, angustiada porque deberías de estar haciendo “esa otra maldita cosa que tú, vaga del demonio, no te pones a hacer.” (Perdón por lo de vaga del demonio, pero estoy segura de que tú te dices cosas peores…)
Obviamente este enfoque no es útil, a las pruebas me remito: ni te relajas ni haces lo que tienes que hacer.
Mi primer consejo es que te preguntes si realmente estás en este momento con ganas y energía para llevar a cabo tus tareas, y si la respuesta es no, dejarlo completamente. No quiero que se te vuelva a pasar por la cabeza en las siguientes dos horas.
Disfruta de lo que sea que te apetezca hacer, y pasado ese tiempo, vuélvete a preguntar.
Tenemos que aceptar que no siempre funcionamos como nos gustaría, y que quizás necesitamos ese tiempo de ocio que nos han hecho creer que es para “débiles y vagos”. Sé consciente de que lo harás en otro momento, pero ese momento no es ahora.
Motivo número 2: No te has puesto límites
Si algo he descubierto al trabajar sin horarios ni jefes, es que tú eres mucho más exigente que todos ellos juntos. Cuando antes me quejaba de un trabajo de 8 horas diarias, ahora me encuentro de 9 de la mañana a 11 de la noche de un domingo, sin haber parado para comer y sin haber despegado los ojos de la pantalla.
Cuando tenemos un millar de cosas que hacer, tenemos que intentar organizarnos. Y organizarte no significa que te anotes todo lo que tienes que hacer y punto, sino que anotes de qué hora a qué hora le vas a dedicar a tus tareas, y a partir de qué hora lo dejas TODO. Esté como esté.
Poner límites a lo que “debemos hacer” y guardar un tiempo diario exclusivamente dedicado a ti (ya sea para leer, quedar con alguien, ver una peli o mirar al techo) es lo que yo he encontrado clave para mantenerme lejos de ese abismo de estrés y esa sensación de estar corriendo constantemente detrás del mundo y nunca alcanzarlo.
Pon tu propio ritmo y decide estar en tu lista de “cosas que hacer hoy”.
Motivo número 3: No te has parado a pensar por qué lo haces.
Si sabes el por qué, puedes soportar cualquier cómo.
Ésta es una frase que me encanta porque además creo que es aplicable a muchísimos ámbitos de nuestra vida.
Si estás haciendo algo es porque has decido que querías hacerlo. Deja de decir cosas del tipo “es que me lo ha pedido Fulanita” o “tengo que hacerlo por Menganito”. Porque si te lo ha pedido una o lo tienes que hacer por el otro, es porque tú has decidido decirles que sí.
Sin excusas.
Incluso si es tu trabajo, sigue siendo tu elección. Y me dirás que estoy loca y que como trabajo para mí, no tengo ni p*** idea. Pero el tema es que a ti tu jefe te dice que hagas algo y tú puedes elegir no hacerlo. Quizás eso haga que te despidan o que te echen la bronca del siglo, pero lo cierto es que PODRÍAS NO HACERLO.
Cuando te das cuenta de que todas esas tareas que parecen llegarte hasta el cuello son fruto de tus propias elecciones y que las haces porque quieres, dejan de ser obligaciones.
Motivo número 4: No te has parado a pensar por qué NO lo haces.
El motivo que más a menudo me encuentro en mí misma y en personas a mi alrededor se le parece mucho a este:
“No sé por qué no lo hago, pero es que no soy capaz de ponerme”.
¿Qué pasaría si en lugar de conformarnos con esa respuesta mediocre nos preguntáramos de verdad por qué no lo hacemos?
Normalmente la respuesta es la misma, y es una a la que nadie quiere llegar: ¿y si fracaso?
Es como el gato de Schrödinger, si no lo haces, todavía puede salir bien o mal, es imposible de saber. Pero si abres la caja (o haces lo que tienes que hacer), puedes hacerlo terriblemente mal, no tendrás excusas para el fallo y tendrás que admitir que no has “estado a la altura”.
Esta metodología es altamente inútil.
Al no hacerlo estamos eligiendo fallar de antemano para evitarnos posible el fracaso real.
El orgullo no está en las victorias, sino en los intentos.
Si no te has caído lo suficiente, es que no has andado lo suficiente.
Así que sal de tu propia cabeza y date cuenta de que el verdadero fallo está en quedarte quieta. En no atreverte a vivir al máximo de tu potencial, porque si no aprendes de los errores no lo alcanzarás jamás. Al fin y al cabo, de las derrotas es de lo que más conocimiento y crecimiento sacamos, entonces… ¿a qué viene tanto miedo?
Fracasa, es lo mejor que te puede pasar.
¿Cuál es tu motivo? ¡Cuéntamelo en un comentario!
Deja una respuesta