¿Te ha pasado que alguien ha venido emocionado a contarte lo bien que le va en la vida y en lugar de alegrarte por él/ella has sentido unos deseos irrefrenables de… matarle?
Yo definitivamente sí.
Cuando estamos en un bache emocional o profesional y otra persona a nuestro alrededor logra avances que nos gustaría conseguir, a veces resulta complicado ser madur@ y no pensar de forma inmediata en ti mism@.
“¿Y yo qué? ¿Qué estoy haciendo mal?”
Tal vez no estés haciendo nada mal, simplemente sea una etapa de transición (tan necesarias y a la vez rechazadas por todos), o también es posible que estés esperando a que todos esos éxitos vengan a ti como por arte de magia, casi como si dijeras “me lo merezco, por lo que no tengo por qué luchar por ello”. Pero la vida no funciona así.
Quien algo quiere, algo le cuesta, y si nos paramos a preguntar a esas personas a quienes admiramos cómo han llegado a donde están, lo más probable es que todos tengan varias explicaciones pero una sola palabra para resumirlo: ESFUERZO.
Y no quiero decir con esto que la vida o nuestras metas deban de ser una batalla constante. De hecho, creo fervientemente que cuando lo que estás haciendo conecta contigo, todo va relativamente fácil.
Pero eso no significa que no debas de mover un dedo, por supuesto.
El problema cuando llegan los celos, lo tenemos en que nos quedamos con lo negativo. Con lo que nos queda para llegar hasta ese punto ideal. Pero esas personas no han avanzado por arte de magia, han seguido pasos y han ido poco a poco. ¿Qué es eso que han estado haciendo? ¿Tú podrías hacerlo también? ¿Querrías?
Ahí es donde realmente se resume todo. En la voluntad para esforzarnos y hacer todo aquello que hasta ahora probablemente nos ha dado miedo o pereza hacer.
Al final depende de cada uno de nosotros decidir si queremos ver la vida pasar o hacer que la vida pase, y si nuestros sueños y objetivos valen nuestro tiempo y energía.
Y tú, ¿quién quieres ser?
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¡Estoy aquí para aprender!