No, no hablo de niños. No hablo de ese instinto maternal que se supone que debo tener ni de formar una familia.
Hablo de querer cuidar a todo y a todos y hacerme responsable de sus miedos, sus victorias y sus cagadas.
Hablo de intentar que todo el mundo aprenda y crezca, que estén bien y que tengan mi apoyo cada vez que necesitan consejo.
Todos menos yo.
(Fotografía cedida por Alicia Petrashova)
He pasado los últimos años en mi propio camino de autoconocimiento, y he intentado traer conmigo a todo el que se me cruzaba, incluso los que no querían. Como ya te imaginarás, me he dado de bruces en varias ocasiones, y esto es responsabilidad total y enteramente mía.
Llegué al punto en el que sus victorias eran también mías, y en el que sus fallos eran como patadas en el estómago porque había puesto unas expectativas sobre ellos que jamás podrían alcanzar. Nadie podría.
Y esto me ha pasado con mis amigos, con mi madre (irónicamente) y, lo que es peor, con mis parejas.
Cuando en una relación uno de los dos se convierte en “mentor” del otro, el amor se vuelve algo fraternal y la individualidad se pierde. Y no solo eso, sino que en algún momento y sin darte cuenta, empiezas a querer a esa persona por sus posibilidades de cambio y no por quien realmente es.
Por más que mis exparejas (al menos las últimas) hayan crecido conmigo, no tengo un mayor arrepentimiento que el de no haberles querido como se merecían, porque eran y son personas maravillosamente imperfectas y dignas de amor tal y como son.
Recientemente me he preguntado por qué he terminado en relaciones que sabía que conllevaban muchísimo trabajo desde el principio. Por qué me he empeñado en intentar que la otra persona encaje conmigo y crezca aunque eso suponga que todos mis esfuerzos van a ser redirigidos a él, y no a mí o ni siquiera a “nosotros”.
La respuesta era tan obvia que no pude esconderla una vez formulada la pregunta, quizás por eso había tardado tanto en hacerlo.
Había estado buscando hijos a los que criar a mi imagen y semejanza, personitas perdidas a las que guiaría hacia ser mejores versiones de sí mismos y, ya de paso, alimentar mi ego.
Era un plan maestro: yo me centraba en los problemas de otros y en cómo resolverlos, y así me daba una excusa para no ocuparme de mí misma, porque estaba taaaaaaan ocupada con ellos, que me había olvidado de mí. Pero no era culpa mía, claro…
Pero las excusas son como los culos, todos tenemos una, y yo estoy harta de eso de “consejos vendo pero para mí no tengo”.
Yo no quiero ser madre, no quiero ser responsable de la felicidad de otra persona ni dar consejos que alguien no ha pedido. No hablo de no intentar ayudar a quien lo necesite, sino de dejar de ocuparme de los demás y de ponerles por delante de mí misma.
Quiero ser mi prioridad y cuidarme a mí. Dejar de buscar almas rotas superglue en mano, y buscar relaciones sanas y llenas de amor: amor real y aceptación. Ser consecuente con lo que digo y empezar a escucharme un poco más.
Al fin y al cabo, si creo que los demás deberían hacerme caso, ¿por qué yo no debería hacerlo también?
isabel dice
a mi me a pasado y con la persona equivocada y me llevado un batacazo