Los trastornos alimenticios son, a mi entender, una dependencia incomprendida.
Quienes no la han sufrido nunca, creen que se basa en no comer o vomitar queriendo estar delgad@, y punto. Puedes dejarlo cuando quieras. “Deja de hacer tonterías” dicen algunos.
Pero no le dirías eso a alguien alcohólico o drogadicto, a pesar de que la relación condicionada y de dependencia es la misma.
Personalmente, sufrí bulimia de los 15 a los 20 años, y después de decidir luchar contra la enfermedad, todavía a día de hoy hay momentos en los que la voz de mi cabeza mira decepcionada mi imagen en el espejo mientras dice “vaya, no has perdido nada de peso”, cuando en realidad me siento bien con mi peso y complexión actuales y no creo que necesite perder nada.
PERO.
Pero esa voz reaparece cuando le da la gana, cuando estoy un poco floja de ánimos o cuando ve la oportunidad de colarse en un resquicio de mi pensamiento.
Y sé que no soy la única que, tras haber salido de un trastorno alimenticio, sigue teniendo problemas para acallar esa voz.
Si también es tu caso, estoy aquí para decirte que no estás sol@. Que es muy fácil recaer en viejos hábitos y que no permitas que un tropiezo (aunque sea mental y no cedas a la idea de vomitar o no comer) pese más que todos los días en los que eliges tú salud por encima de todo.
Y en caso de que no sufras ni hayas sufrido bulimia o anorexia nunca pero conozcas a alguien que sí, por favor, sé lo más comprensiv@ que puedas.
No es fácil entender cómo funciona la mente de alguien que no ve la realidad tal y como es, y tampoco necesita que le salves la vida. Lo único que necesita es que estés ahí y que le aceptes tal y como es en ese momento, que sepa que es válid@ independientemente de su peso o forma física.
Eso es todo.
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